Nuestro trabajo diario en DLD Assessors  se caracteriza por la constante presentación de  trámites administrativos de forma telemática. Si alguien supone que las consultorías están rodeadas de rutinas y procedimientos aburridos y repetitivos nada más lejos de la realidad. El reto digital supone estar cada día actualizado en las distintas webs de nuestras administraciones, saber a la vez disponer de los medios informáticos adecuados para que de una manera eficiente se puedan alcanzar los objetivos marcados en el momento necesario. Es un entorno en constante cambio, las actualizaciones de versiones de software son cada vez más frecuentes (Java, Autofirma, FNMT, Windows, Apple,…) y por lo tanto el reto tecnológico es disponer de las herramientas eficaces y eficientes para no perder el objetivo final: presentar el trámite en cuestión con éxito.

Nuestras tareas diarias están pues en el lado opuesto a la rutina laboral.

Es por ello que el artículo de Felipe Benítez Reyes es un gran artículo sobre ese mismo reto cuando lo afronta cualquier persona que no conozca este entorno tecnológico.  Nuestra razón de ser es ayudar a superar estos momentos de frustración que supone abordar lo que parece una tarea sin más, presentar un trámite.

 

 

TRÁMITES

Publicado en el blog de Felipe Benítez Reyes, el domingo, 6 de febrero de 2022

En nuestros días, hay pocas emociones tan intensas como la de intentar resolver un trámite administrativo por vía telemática.

Por no se sabe qué motivo, nuestros gobernantes suponen que quien más y quien menos es un experto informático y un habilidoso internauta, tal vez porque las historias de ciencia-ficción daban por hecho que, a estas alturas del siglo XXI, nos moveríamos por nuestras ciudades y pueblos en aeronaves aerodinámicas y llevaríamos trajes anatómicos de tejido plateado. No hace falta decir que esas predicciones no se han cumplido, al menos en el momento en que escribo estas líneas, pero parece ser que la obligación del manejo popular de Internet viene a servir de consuelo para esa decepción.

         Entra uno en la página de algún organismo público y de inmediato empieza la aventura, muy parecida a la de adentrarse en una pirámide maldita repleta de trampas, de pasadizos engañosos que no llevan a ninguna parte, de laberintos que te devuelven al punto de partida y de cámaras herméticas en la que no sabes cómo has entrado ni cómo salir.

Para empezar, lo difícil es empezar: encontrar el apartado que buscas, que es algo que puedes lograr de tres maneras: 1) por intuición, 2) por azar y 3) mediante el método de hacer clic en todas las casillas hasta que des con la tuya.

Lo frecuente es que, durante el proceso, acabe uno maldiciendo al organismo en cuestión como ente abstracto y a los programadores como entes anónimos, aunque algo más concretos que el organismo en sí. (Algo es algo). Se imagina uno a esos programadores en el instante de colocar sus trampas. Por ejemplo: “Una vez que el usuario haya rellenado sus datos, pon una casilla en la que se le pida si se acoge al protocolo XBY o al DXL”, le indica el programador jefe a su ayudante, que le pregunta: «¿Y qué es eso?”. El jefe le responde: “Nada, pero así le creas la angustia de la indecisión”. Como no hace falta decir, tanto si eliges la casilla del protocolo XBY como la del DXL, te saldrá una ventana emergente para advertirte de que se ha producido un error de reconocimiento del requisito 135, de modo que tendrás que volver a la página de inicio, donde teclearás tus datos de nuevo, pues ese retroceso los habrá borrado. ¿Y? Pues lo lógico: una vez cumplimentados tus datos por segunda vez, de nuevo te dará error en lo del 135. Pinchas en AYUDA para enterarte de qué es con exactitud el requisito 135, y allí te lo explican amablemente: “Para verificar sus datos, adjunte archivo de identificación 156 en formato VTV o JXLI”, así que vuelves a pinchar en AYUDA para consultar en qué se diferencian esos formatos: “Seleccione interfaz de procesamiento correlativo en función de su IPTR. No válido en PC2W”.

De manera que te vas a la cocina, coges una cacerola, te la colocas bocabajo entre las piernas y te pones a aporrearla como si fuese un tantán, aullando para ahuyentar a los demonios telemáticos que se te han colado en la casa.

Nostálgico, en fin, de la vida salvaje, en la que la firma digital consistía en dejar la huella de tu mano en el muro de la cueva.